En una serie de operaciones militares controvertidas, la administración Trump ha llevado a cabo ataques a barcos sospechosos de tráfico de drogas, lo que ha planteado importantes preocupaciones legales y éticas. La iniciativa comenzó hace siete semanas cuando el presidente ordenó un controvertido ataque que supuestamente mató a 11 personas a bordo de un barco civil en aguas internacionales. Aunque Trump justificó las acciones militares afirmando que tenían como objetivo operaciones de narcotráfico que podrían amenazar a Estados Unidos, no se ha proporcionado ninguna evidencia que respalde estas afirmaciones, lo que generó críticas generalizadas.
Después del ataque inicial, el gobierno llevó a cabo un total de ocho operaciones militares, la más reciente de las cuales tuvo lugar en el Pacífico oriental frente a las costas de Colombia. Este ataque provocó la muerte de dos o tres personas, según un funcionario estadounidense que solicitó el anonimato para discutir detalles operativos. En conjunto, la Casa Blanca ha informado que estos ataques han provocado aproximadamente 32 muertes. Sin embargo, persisten dudas sobre la exactitud de esta cifra de muertos y la posibilidad de que se produzcan más ataques no declarados.
Se ha cuestionado la legalidad de estas operaciones militares, y los expertos en derecho internacional argumentan que atacar a civiles –especialmente aquellos que no están directamente involucrados en las hostilidades– viola las normas establecidas que rigen el uso de la fuerza armada. Esto ha dado lugar a llamamientos de varios sectores, incluidos algunos dentro del Partido Republicano, exigiendo que el gobierno proporcione pruebas para justificar sus acciones de manera transparente.
Para complicar aún más la situación, un ataque reciente a un presunto submarino llevó a funcionarios estadounidenses a rescatar a dos sobrevivientes antes de repatriarlos a sus países de origen. Esta decisión ha atraído una atención generalizada ya que los críticos argumentan que contradice la narrativa de la administración de que estos individuos representaban una amenaza inminente para la seguridad estadounidense. En particular, desde entonces Ecuador ha liberado a uno de los objetivos, citando una falta de pruebas suficientes en su contra, lo que complica aún más la justificación del gobierno para su campaña militar.
Se han intensificado los llamados a la supervisión del Congreso, destacando la necesidad de rendir cuentas ante estas operaciones en aumento. Sin embargo, la minoría demócrata en el Congreso enfrenta importantes obstáculos a la hora de iniciar investigaciones exhaustivas debido a la voluntad de la mayoría republicana de dar a la administración una amplia libertad en sus decisiones militares. Esta dinámica ha generado alarma sobre las implicaciones de permitir que el Presidente tome medidas letales contra civiles en aguas internacionales con autoridad sin control, lo que justifica un examen crítico tanto del marco legal como de la lógica estratégica detrás de estas operaciones.