La demolición del ADN post mortem son desafíos importantes para comprender la historia evolutiva humana. En promedio, la mitad del ADN de un organismo se rompe cada 521 años. En alrededor de 6.8 millones de años, incluso en condiciones óptimas de preservación, prácticamente no existen rastros de ADN. Esta situación es particularmente problemática en África, donde dos primates leges aparecieron por primera vez hace unos 7 millones de años y nuestro género surgió hace unos 2.6 millones de años. En consecuencia, los ajustes importantes que definen a la humanidad vuelven a las épocas cuando el ADN viejo ya no se puede recolectar.
Sin embargo, una técnica innovadora que se conoce como paleoproteómica reforma esta historia. Este método incluye el estudio de proteínas viejas, que se sabe que lleva mucho más tiempo que el ADN, que ofrece un nuevo camino para explorar nuestro pasado. Christina Warinner, una prominente arqueóloga biomolecular, enfatiza en un artículo de 2022 que las proteínas son biomoléculas robustas que pueden sobrevivir millones de años debido a sus menos enlaces químicos y una estructura más compacta.
El interés en el ADN antiguo aumentó después de la liberación del borrador del genoma de Neanderthal 2010. Este progreso confirmó la intersección entre los neandertales y los antepasados de las personas modernas, que alimentó una ola de patrones de migración, desarrollo agrícola y difusión cultural. Sin embargo, solo continúa dependiendo del ADN antiguo, especialmente en África, donde los rastros son escasos que 20,000 años. Las ideas de antepasados más distantes son esenciales para una comprensión extensa de la evolución humana.
La introducción del análisis de proteínas ha surgido como una solución factible. Las proteínas pueden sobrevivir mejor que el ADN y los antropólogos presentan un recurso potencialmente rico para exponer misterios evolutivos. La primera proteomía antigua, por ejemplo, se extrajo de un mamutbot lanudo que data de 43,000 años. Desde entonces, los investigadores han aislado con éxito proteínas de un diente Gigantopithecus de 1.9 millones de años y un epieratherium de 21 millones de años, una especie extinta del área del Polo Norte canadiense.
Un ejemplo sorprendente de este progreso analítico proviene de un estudio de 2020 que investigó las proteínas en el esmalte dental del Antecorador Homo, que muestra diferencias significativas de otros viejos miembros de la familia humana, lo que aclara el estado evolutivo. Además, estudios recientes de África demuestran el potencial significativo de la paleoproteómica. En mayo, la investigación de proteínas viejas recuperadas de los dientes de Paranthropus robustus, que reveló clasificaciones sexuales inesperadas y sugerencias para especies no descubiertas basadas en cráneos clasificados previamente incorrectamente.
Además, un estudio publicado en febrero mostró la identificación del sexo biológico en Australopithecus africanus, un antepasado humano que vivió hace 3,5 millones de años, lo que indica que este método podría aumentar nuestra comprensión del dimorfismo sexual en especies antiguas.
Los expertos siguen con la esperanza de que, a medida que mejoren las técnicas proteómicas, puedan arrojar luz sobre las preguntas sobre las relaciones entre especies de las primeras personas. Aunque los métodos actuales revelan detalles limitados y no están completamente reemplazados por un análisis genómico, el potencial de análisis de proteínas para resolver preguntas a largo plazo sobre nuestro pasado evolutivo es considerablemente. Si bien los investigadores continúan refinando sus técnicas y expandiendo sus estudios, el futuro de la paleoproteómica promete desbloquear nuevas historias sobre la evolución humana y la complejidad de nuestros viejos miembros de la familia.