A medida que aumentan las tensiones entre la OTAN y Rusia, ha surgido un análisis crucial sobre la necesidad de que la alianza reconsidere su enfoque estratégico a la luz de la continua agresión militar del presidente Vladimir Putin en Ucrania y las provocaciones en el espacio aéreo y marítimo de la OTAN. Los expertos sostienen que responder sólo con retórica o con un mayor gasto en defensa no es suficiente. En cambio, la OTAN debe adoptar estrategias innovadoras destinadas a influir en los procesos de toma de decisiones de Putin y responder eficazmente a sus acciones.
El llamado a una reevaluación moderna es paralelo al histórico Informe Harmel de 1967, que cambió la postura de defensa de la OTAN de una dependencia de “represalias masivas” a una estrategia de respuesta más flexible. Actualmente, una iniciativa similar podría promover un cambio fundamental en las opciones militares, lo que no sólo influiría en el comportamiento de Putin sino que también estimularía diálogos diplomáticos destinados a negociaciones sobre control de armas.
El núcleo de la doctrina de la OTAN es el Artículo 5, que enfatiza la defensa colectiva en caso de un ataque armado contra cualquier miembro. Sin embargo, la definición de lo que constituye un «ataque armado» ha evolucionado, creando complejidades asociadas con la guerra cibernética, las operaciones de influencia y el combate militar no tradicional. Los expertos piden claridad y consenso sobre estas definiciones, tanto para la OTAN como para Rusia, para abordar eficazmente las amenazas emergentes.
Destacados análisis indican que ‘maskirovka’, término ruso para designar engaño, se está utilizando como herramienta estratégica para la OTAN. Al adaptar este concepto, la OTAN podría crear contraestrategias que confundan y perturben los planes rusos, lo que podría obligar a Putin a reconsiderar sus maniobras agresivas. Esto incluye analizar las fortalezas de la OTAN y explotar las vulnerabilidades de Rusia, especialmente a la luz de las recientes deficiencias reveladas en las operaciones militares rusas.
Históricamente, la OTAN ha luchado por cumplir sus compromisos de gasto en defensa, y las promesas hechas en la Cumbre de Gales de 2014 aún no se han cumplido. Los objetivos actuales fijados por los Estados miembros de gastar el 5% del PIB en defensa siguen abiertos a debate. El consenso entre los analistas es que, en lugar de centrarse únicamente en aumentar la financiación, la OTAN debería priorizar el pensamiento estratégico y las respuestas innovadoras para contrarrestar las acciones rusas.
Geográficamente, la OTAN tiene una ventaja estratégica que debe ser explotada. Por ejemplo, la frontera de 1.300 kilómetros de largo de Finlandia con Rusia, junto con la cooperación de la vecina Suecia, ofrece oportunidades para disuadir el poder naval ruso. La vulnerabilidad de las fuerzas rusas –ejemplificada por su presencia en regiones como la península de Kola y el Mar Negro– apunta a áreas donde la OTAN podría ejercer una influencia efectiva.
Además, el enclave ruso de Kaliningrado representa un claro objetivo operativo, especialmente para operaciones psicológicas y de influencia que podrían socavar el control ruso sobre la región. Una respuesta táctica a las incursiones en los dominios aéreo y marítimo de la OTAN debe ser sólida y demostrar una voluntad clara de tomar medidas si es necesario.
Se espera que la recalibración propuesta de la postura estratégica de la OTAN provoque reacciones divergentes por parte de los Estados miembros y de Rusia. A pesar de la posibilidad de que aumenten las tensiones, el argumento es que la OTAN debería responder de manera proactiva a las oleadas de provocaciones rusas, especialmente a la luz de lo que algunos analistas describen como cuasi “ataques armados” que ya se están llevando a cabo.
Los expertos enfatizan que disuadir a Putin requiere una postura agresiva, utilizando estrategias innovadoras y enfoques cognitivos para contrarrestar su influencia. La urgencia de que la OTAN redefina su estrategia tiene como objetivo no sólo garantizar la seguridad colectiva de sus miembros, sino también allanar el camino hacia una relación más estable entre Estados Unidos y Rusia, minimizando al mismo tiempo el riesgo de repetir patrones históricos en términos de colapso o inestabilidad regional.
A medida que surgen debates sobre el panorama futuro de la Rusia de posguerra, la atención se mantiene en la capacidad de la OTAN para enfrentar los desafíos actuales de manera decisiva y reflexiva, allanando el camino para una resiliencia estratégica a largo plazo.



