La investigación sobre feldespato de 3.700 millones de años revela información sobre la formación del antiguo manto y la luna de la Tierra.


Un análisis en profundidad de los cristales de feldespato de algunas de las rocas magmáticas más antiguas de Australia ha arrojado nueva luz sobre la historia del manto terrestre y la formación de los continentes, así como sobre el desarrollo temprano de la Luna. Este estudio innovador, dirigido por Ph.D. La estudiante Matilda Boyce y un equipo colaborativo de la Universidad de Australia Occidental, la Universidad de Bristol, el Servicio Geológico de Australia Occidental y la Universidad de Curtin, se publica en la revista Nature Communications.

La investigación se centró en las anortositas de 3.700 millones de años de antigüedad en la región de Murchison en Australia Occidental, conocidas por ser las capas más antiguas del continente australiano y una de las rocas terrestres más antiguas de la Tierra. Boyce enfatizó la complejidad de comprender el desarrollo temprano de la corteza terrestre, señalando los controvertidos debates en torno a cuándo comenzaron a formarse los continentes debido a la disponibilidad limitada de muestras geológicas antiguas.

Utilizando técnicas analíticas precisas, los investigadores analizaron áreas prístinas de cristales de plagioclasa-feldespato, que poseen características isotópicas indicativas del manto temprano. Sus hallazgos sugieren un inicio retrasado del crecimiento continental, con un desarrollo significativo que ocurrió hace unos 3.500 millones de años, aproximadamente 1.000 millones de años después de la formación de la Tierra.

En un aspecto comparativo importante del estudio, los investigadores compararon sus resultados con anortositas lunares recolectadas durante las misiones Apolo de la NASA. Boyce señaló que, si bien las anortositas rara vez se encuentran en la Tierra, abundan en la Luna. La alineación de las mediciones isotópicas entre las anortositas de la Tierra y la Luna respalda la teoría de que ambos cuerpos celestes se formaron a partir de una composición similar hace más de 4.500 millones de años.

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Este análisis comparativo refuerza la hipótesis de que un impacto colosal que implicó la colisión de un cuerpo planetario con la Tierra primitiva pudo haber desempeñado un papel crucial en la formación de la Luna. Las implicaciones de estos hallazgos son profundas y proporcionan una mejor comprensión de los procesos que han dado forma no sólo a nuestro planeta, sino también a su satélite.



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