El ejército estadounidense llevó a cabo un ataque de seguimiento contra un presunto barco narcotraficante en el Caribe el 2 de septiembre después de que un ataque inicial dejara con vida a algunos miembros de la tripulación, según fuentes familiarizadas con la situación. Este ataque marcó el comienzo de una serie de operaciones militares contra presuntos barcos narcotraficantes en la región.
Las evaluaciones iniciales indicaron que el ataque inicial inutilizó el barco y provocó víctimas; sin embargo, más tarde se determinó que parte del personal sobrevivió. En consecuencia, los militares lanzaron un segundo ataque para eliminar a la tripulación restante, lo que finalmente provocó un saldo total de once muertos y el hundimiento del barco. Según los informes, el secretario de Defensa, Pete Hegseth, había ordenado que las medidas de seguimiento deberían garantizar el exterminio de todo el personal a bordo, pero no está claro si conocía la existencia de algún superviviente antes del ataque.
El presidente Donald Trump anunció los ataques el mismo día que ocurrieron, pero su administración no ha reconocido la presencia ni las muertes posteriores de los sobrevivientes. Durante una declaración reciente, Trump sugirió que las operaciones terrestres destinadas a desmantelar presuntas redes de narcotráfico en Venezuela podrían comenzar pronto, en medio de preocupaciones constantes sobre la legalidad de las acciones militares estadounidenses en América Latina. Los funcionarios han reconocido que falta conocimiento sobre las identidades de todas las personas a bordo de los barcos antes de su destrucción.
La representante demócrata Madeleine Dean expresó su preocupación por el proceso de toma de decisiones de los militares, que según ella ocurrió sin consultar con el Congreso. Proporcionó información sobre materiales clasificados relacionados con el hundimiento de estos barcos y las muertes involucradas, afirmando que los documentos no aclaraban el contexto operativo.
Los críticos de la estrategia de “doble toque” de los militares han planteado preocupaciones jurídicas, especialmente en relación con el derecho de los conflictos armados, que prohíbe la ejecución de combatientes enemigos que ya no pueden participar en las hostilidades debido a heridas o a su rendición. Sarah Harrison, ex asesora general adjunta del Pentágono, destacó las posibles violaciones legales que surgen de los ataques, argumentando que atacar a personas que están “fuera de combate” es ilegal según los estándares internacionales.
Otros informes indican que después del primer ataque, el ejército estadounidense estaba al tanto de los sobrevivientes y tomó la decisión de lanzar otro ataque para evitar que el barco representara una amenaza para la navegación. La operación del 2 de septiembre es el único ejemplo conocido de ataques militares deliberadamente para matar a los supervivientes. Las razones detrás de la incapacidad de rescatar a los sobrevivientes aún no están claras, especialmente si se comparan con otra operación en octubre en la que la administración Trump recuperó con éxito a dos personas.
El presidente Trump afirmó que militares habían llevado a cabo un “ataque cinético” contra miembros del grupo narcoterrorista Tren de Aragua en la región. El gobierno ha tratado de justificar estas acciones militares afirmando que los barcos atacados estaban vinculados con unas dos docenas de cárteles de la droga en conflicto activo con Estados Unidos. Sin embargo, muchos expertos jurídicos sostienen que los involucrados están clasificados como civiles y no como combatientes, cuestionando la legalidad de los ataques y calificándolos de ejecuciones extrajudiciales.
Antes de las tácticas agresivas de los militares, el tráfico de drogas estaba gestionado por las fuerzas del orden y la Guardia Costera, y los miembros de los cárteles eran tratados como criminales con derecho a protección legal. Una opinión clasificada del Departamento de Justicia dijo que el presidente tiene la autoridad para sancionar ataques mortales contra los cárteles identificados en defensa propia, citando su amenaza inmediata a la seguridad de Estados Unidos. Sin embargo, esta historia está bajo escrutinio debido al comportamiento de los traficantes objetivo, donde en algunos casos los barcos parecieron retirarse. Además, ya no se consideraba que los supervivientes de la huelga de septiembre pudieran representar una amenaza directa.
La oposición a la campaña militar ha surgido no sólo dentro de los círculos legales, sino también entre altos funcionarios de defensa y aliados internacionales. Según los informes, el almirante Alvin Holsey, comandante del Comando Sur de Estados Unidos, ofreció renunciar a su cargo después de plantear dudas sobre la legalidad de los ataques durante una tensa reunión con altos funcionarios de defensa. Se espera que deje su cargo en diciembre después de sólo un año en el cargo.
También han surgido preocupaciones dentro de la Oficina del Asesor General del Departamento de Defensa sobre la legalidad de estas operaciones, y varios expertos legales cuestionan su cumplimiento con el derecho internacional. Como resultado, Gran Bretaña ya no comparte inteligencia sobre barcos de narcotráfico con Estados Unidos, y no está dispuesta a ser cómplice de acciones que considera ilegales.



