CARACAS – Venezuela enfrenta actualmente su crisis política más grave desde que Hugo Chávez llegó al poder en 1999. Un régimen cada vez más aislado está lidiando con una creciente presión del gobierno de Estados Unidos, que, si bien se centra públicamente en combatir el tráfico de drogas en el mar, parece estar orquestando esfuerzos para lograr un cambio en el palacio presidencial de Miraflores.
La administración Trump ha adoptado una postura de confrontación marcada por provocaciones militares, incluidos ataques mortales contra embarcaciones sospechosas de contrabando de drogas en el Caribe y un despliegue sin precedentes de fuerzas navales y aéreas en la región. La reciente llegada del portaaviones USS Gerald R. Ford marca un cambio hacia la coerción operativa.
Internamente, el régimen de Nicolás Maduro está luchando contra un apoyo público cada vez menor y una economía en deterioro. El Fondo Monetario Internacional espera que la inflación alcance el 270% para fines de 2025. Esta crisis económica ha sido históricamente un catalizador de disturbios masivos, pero Maduro ha logrado retener el poder mediante una escalada de medidas represivas. El 10 de noviembre, Foro Penal, una importante ONG, documentó 882 presos políticos, lo que subraya la estrategia del régimen de detención selectiva destinada a reprimir la disidencia e impedir las manifestaciones de la oposición.
Aunque el gobierno estadounidense insiste en que su objetivo no es el cambio de régimen, la narrativa que enmarca sus acciones militares como parte de una «guerra contra el narcotráfico» sugiere lo contrario. Los venezolanos son muy conscientes de que la participación del régimen en el tráfico de drogas podría facilitar un cambio de liderazgo respaldado por Estados Unidos.
Ante la presión militar externa y el descontento interno, surgen dos escenarios principales: o Maduro recurrirá a una represión aún más dura, o la postura militar estadounidense causará divisiones dentro del régimen, lo que obligará a Maduro a renunciar.
En el primer escenario, Maduro podría sobrevivir intensificando sus estrategias autoritarias y utilizando la narrativa de la “agresión externa” para fortalecer su agenda interna. Esto podría incluir la institución de medidas de emergencia en el contexto de un “estado de shock externo” y la ampliación de los esfuerzos de integración militar para mantener la lealtad entre las fuerzas armadas. Al controlar recursos críticos como el combustible y las telecomunicaciones, el régimen puede controlar la disidencia interna, pero sigue siendo vulnerable a los levantamientos locales causados por el deterioro de los servicios esenciales.
Por el contrario, un panorama económico en deterioro podría exacerbar las tensiones. La suspensión del acuerdo de gas con Trinidad y Tobago obstaculizará la liquidez de divisas, fortaleciendo el control financiero de Maduro y potencialmente conduciendo a una represión aún más estricta contra la disidencia.
Alternativamente, una transición más viable podría lograrse no a través de una intervención extranjera directa, sino a través de divisiones internas dentro del régimen, estimuladas por presiones externas. Los precedentes históricos, como las operaciones navales estadounidenses en Haití en 1994, muestran que una presión internacional coherente puede hacer que los líderes autoritarios reconsideren sus posiciones cuando los costos de mantener el poder se vuelven demasiado altos.
En este escenario, Estados Unidos aumenta significativamente su presencia militar, apuntando específicamente a infraestructura vinculada a traficantes de personas, perturbando las capacidades operativas del régimen. Esto podría catalizar un cambio entre figuras militares y políticas clave, lo que podría alentar a Maduro a considerar una salida negociada para salvaguardar su seguridad y sus intereses.
Si la presión externa impulsa una solución negociada, es poco probable que la transición conduzca a un malestar generalizado, ya que el sentimiento público es abrumadoramente contrario a Maduro. Las encuestas muestran que alrededor del 80% de los venezolanos rechazan el régimen, mientras que sólo una pequeña facción todavía lo apoya, muchos de los cuales podrían retirarse silenciosamente durante una transición.
La reciente decisión de otorgar el Premio Nobel de la Paz a María Corina Machado fortalece este escenario de transición, le otorga legitimidad internacional y aumenta el atractivo de un proceso de negociación para las elites que temen repercusiones legales en el futuro.
En conclusión, parece que el futuro a corto plazo implicará una transición cuidadosamente gestionada en lugar de una invasión militar abierta o un conflicto civil. La alternativa podría ser un gobierno autocrático más profundo, un empeoramiento de la pobreza y mayores crisis humanitarias, prolongando el actual ciclo de represión y migración.



