Las investigaciones muestran que la actitud, y no los ingresos, es el impulsor más importante del comportamiento de ahorro de energía de los hogares.


Un estudio innovador publicado en la revista Cell informa sostenibilidad revela que las actitudes y los sentimientos morales de las personas con respecto al consumo de energía son los principales impulsores del comportamiento de ahorro de energía en los hogares, más que factores socioeconómicos como los ingresos o el conocimiento. Considerado como el más completo de su tipo, este análisis incluye más de 100 estudios existentes y encuesta a más de 430.000 personas en 42 países.

El consumo interno de energía es significativo y representa aproximadamente una quinta parte del consumo total de energía en los Estados Unidos y la Unión Europea. La investigadora principal, Steph Zawadzki del Northern New Mexico College, enfatiza la naturaleza crucial de comprender qué influye en las decisiones individuales de ahorro de energía. «Si podemos aprovechar estos factores psicológicos más profundos, nuestra investigación sugiere que esta es una manera de involucrar al mayor número posible de personas en el ahorro de energía», explica Zawadzki.

Los investigadores descubrieron que las personas con una visión positiva del ahorro de energía tenían más probabilidades de adoptar comportamientos de ahorro de energía. Para algunos esto significó reconocer que sus acciones en sus países podrían contribuir al cambio ambiental, mientras que para otros implicó la dimensión ética de hacer el bien para el planeta. Además, las percepciones personales de las expectativas sociales desempeñaron un papel crucial; Las personas estaban motivadas a ahorrar energía si creían que los demás esperaban que lo hicieran.

Curiosamente, el estudio encontró que los hábitos ecológicos existentes, como el reciclaje y el uso del transporte público, se correlacionaban con una mayor probabilidad de ahorrar energía en el hogar. Esto indica un refuerzo potencial del comportamiento proambiental, donde las personas que ya participan en prácticas sostenibles tienen más probabilidades de extender estos hábitos a su consumo de energía.

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A pesar de los hallazgos, los investigadores notaron una tendencia sorprendente: comprender el impacto ambiental del uso de energía tuvo un efecto mínimo en fomentar comportamientos de ahorro de energía. De manera similar, los factores socioeconómicos comunes, como la educación y el nivel de ingresos, tenían una relación insignificante con las medidas de conservación de energía.

Zawadzki destacó una idea crucial de la investigación: «Saber qué hacer a menudo no es suficiente para lograr que alguien cambie su comportamiento. También hay que aprovechar actitudes, preferencias y deseos más profundos para motivar realmente a las personas a seguir adelante con sus acciones».

El equipo de investigación espera que sus hallazgos puedan guiar a los formuladores de políticas en la creación de programas públicos efectivos para reducir las emisiones de los hogares. Zawadzki menciona que los programas diseñados para generar sentimientos positivos sobre las prácticas de ahorro de energía podrían aumentar su eficacia. «La gran mayoría de las personas, independientemente de su origen, generalmente quieren hacer lo correcto. No estamos tratando de cambiar corazones y mentes, sino activar sentimientos que la gente ya tiene», afirma.

A medida que aumenta la urgencia de la crisis climática, los investigadores sostienen que integrar estos conocimientos en estrategias de ahorro de energía será esencial para abordar eficazmente las emisiones e involucrar a más personas en el movimiento de sostenibilidad.



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