Recientemente, los estadounidenses han expresado su preocupación por una variedad de cuestiones, desde el hambre y los vuelos cancelados hasta sentimientos de traición por parte de los líderes políticos. Sin embargo, ha surgido una tendencia más alarmante centrada en el ejército, una piedra angular de la democracia que en gran medida no ha sido examinada en las discusiones sobre su futuro. Históricamente, un ejército imparcial se consideraba esencial para la salud de la democracia; Lo preocupante es que hay indicios de que esta tradición está en peligro a medida que el ejército parece estar convirtiéndose en un instrumento de política partidista bajo la administración Trump.
Este cambio está marcado por una purga de líderes militares considerados insuficientemente leales al presidente, lo que lleva a retrasos en ascensos o cancelaciones directas para aquellos que simpatizan con los críticos de Trump. Generales como Mark Milley se han encontrado en la mira, lo que plantea dudas sobre lo que implica la lealtad al comandante en jefe. El ejército ha sido utilizado como telón de fondo para discursos políticos, desdibujando significativamente los límites entre las instituciones estatales y las lealtades políticas. Esta instrumentalización plantea preocupaciones preocupantes sobre las implicaciones para la integridad militar y el principio fundamental de que debe permanecer apolítica.
Lo que es más alarmante es cómo la administración Trump está promoviendo una cultura de impunidad entre el personal militar. Al alentar acciones que podrían ser potencialmente ilegales –como atacar barcos en el Caribe– el presidente genera compromisos morales para aquellos encargados de ejecutar estas órdenes. Tales acciones crean una peligrosa estructura de incentivos en la que los militares podrían sentirse obligados a apoyar las agendas trumpistas para asegurar sus posiciones. Esto se ve agravado por los indultos de alto perfil para personas involucradas en los esfuerzos por anular las elecciones de 2020. Esto significa que se recompensa la lealtad a Trump, mientras que la disidencia puede tener consecuencias legales.
La erosión de la responsabilidad legal bajo este gobierno ha llevado a figuras como Pete Hegseth a pedir indulgencia para los acusados de delitos graves. Su presencia en el Pentágono representa una fusión de entretenimiento con cultura militar, ya que enfatiza un «ético guerrero» que pinta una imagen altamente teatral del servicio militar en lugar de principios sólidos de ley y deber.
A medida que Hegseth alinea el ejército con el desempeño en lugar de la integridad moral, los límites alguna vez claros entre la vida militar y civil se vuelven cada vez más borrosos. La normalización del patrullaje de soldados en zonas urbanas no sólo amenaza las libertades civiles, sino que también envía un mensaje inquietante sobre la percepción de los civiles como enemigos potenciales. Se alienta al ejército y a las fuerzas de seguridad nacionales a operar juntas para formar lo que el politólogo Dan Moynihan describe como la “omnifuerza”, una presencia militar altamente politizada contra la cual advirtieron los fundadores del país.
Esta convergencia de poder conduce a dos resultados preocupantes: primero, la identificación se vuelve difícil, lo que significa que la responsabilidad por acciones ilegales podría disminuir. En segundo lugar, esta “alomniforce” puede ser vista como la guardia personal del presidente, reforzada por estudios que muestran que algunos nombramientos políticos residen en viviendas militares. El uso del dinero de los contribuyentes para fines militares durante los cierres gubernamentales, así como la participación de riqueza privada en la financiación militar, ilustran aún más esta inquietante tendencia.
La historia nos recuerda que el papel militar en las transiciones democráticas a menudo ha sido crucial, y las acciones de figuras clave han sido capaces de dar forma al futuro de la gobernabilidad. Los incidentes pasados muestran cómo las decisiones cruciales de los líderes militares pueden determinar el rumbo de un país, como fue el caso de Chile bajo el gobierno de Augusto Pinochet. Hay mucho en juego, y con el papel esencial de los militares en la democracia amenazado, surgen preguntas apremiantes sobre cómo actuarán los uniformados durante los momentos críticos en el panorama político del país. Las implicaciones de este cambio son cada vez más claras y generan preocupación sobre el estado de la democracia misma.



