Hace diez años, el Departamento de Defensa exploró métodos innovadores para combatir el narcotráfico, coincidiendo con crecientes preocupaciones sobre el impacto del narcoterrorismo. Un importante informe del Instituto de Análisis de Defensa, que salió a la luz recientemente, expresó la creencia del Pentágono en la necesidad de una «acción militar más directa» contra los cárteles de la droga. Esta investigación incluye conocimientos de entrevistas con destacados narcotraficantes encarcelados en Estados Unidos.
El informe arroja luz sobre las complejidades establecidas del crimen organizado transnacional y señala las ambiciones del Pentágono de desempeñar un papel central en la desarticulación de estas redes. A medida que la administración Trump comenzó a utilizar medios militares para atacar a presuntos traficantes de drogas, incluidos ataques con aviones no tripulados frente a las costas de Venezuela, los hallazgos sugirieron un cambio de la aplicación de la ley tradicional a un enfoque militar más agresivo.
Un abogado que representa a una de las personas entrevistadas para la investigación del Pentágono criticó esta nueva política, argumentando que los ataques militares contra presuntos narcotraficantes representan una escalada peligrosa. Trazó una marcada distinción entre acciones policiales responsables, que permiten un juicio justo, y ejecuciones extrajudiciales, en las que los sospechosos son procesados sin juicio.
El informe del Pentágono, elaborado en 2015, llega en un momento en el que Estados Unidos ha aumentado su presencia en el Caribe. Se han desplegado buques de guerra, aviones de combate y personal experimentado para contrarrestar las operaciones de narcotráfico, que se originan principalmente en Venezuela. La investigación destaca un enfoque militarizado de la guerra contra las drogas, que refleja algunas de las estrategias empleadas actualmente por la administración Trump.
El documento refleja una mentalidad más amplia que inicialmente ganó terreno durante la guerra de Irak, asociando a los insurgentes con los cárteles de la droga como adversarios. Joseph Keefe, coautor y exjefe de la Agencia Antidrogas (DEA), enfatiza el papel de los militares en la lucha contra el tráfico de drogas, pero también expresa preocupación por las políticas letales que descuidan el contexto más amplio del crimen organizado.
William Simpkins, otro coautor y ex administrador de la DEA, comparte preocupaciones similares, argumentando que atacar a agentes de bajo nivel a menudo no logra abordar los problemas centrales de la dinámica de los cárteles y puede equivaler a acciones legalmente cuestionables. Criticó la tendencia a recurrir a la violencia, subrayando la complejidad de las redes de narcotráfico.
Otros conocimientos del estudio subrayan que la corrupción dentro de las fuerzas del orden desempeña un papel central en el éxito de las operaciones antidrogas. Muchos entrevistados enfatizaron que la corrupción sistémica en países como Colombia es crucial para el funcionamiento de los cárteles. A diferencia de las intervenciones militares, el informe recomendaba abordar la corrupción más directamente a través del apoyo de Estados Unidos a iniciativas anticorrupción, lo que representaría un cambio significativo en la política exterior de Estados Unidos.
A pesar del enfoque de los militares en contrarrestar el tráfico de drogas, los autores del informe reconocieron que un cambio efectivo requiere abordar la demanda en el mercado estadounidense. Argumentaron que sin reformas sustanciales para reducir el consumo interno de drogas, la oferta inevitablemente continuará.
En el contexto de las recientes acciones militares de la administración Trump contra los cárteles de la droga y grupos relacionados, este informe proporciona información sobre la evolución de la intersección entre la política de drogas y la estrategia militar. La retórica en torno al “narcoterrorismo” pone de relieve un precedente preocupante en el que el tráfico de drogas se presenta no sólo como una cuestión de aplicación de la ley sino también como una amenaza a la seguridad, allanando el camino para la intervención militar.
Mientras Estados Unidos continúa lidiando con los desafíos que plantean los narcóticos, las implicaciones de estas políticas siguen siendo controvertidas, y los expertos advierten que centrarse en soluciones militares sin abordar los problemas sociales subyacentes puede, en última instancia, no lograr combatir eficazmente la crisis de las drogas.



