Las especulaciones en torno al reciente indulto del presidente Donald Trump revelan una narrativa dual que se centra principalmente en sus implicaciones políticas y en la tendencia más amplia y preocupante de la justicia transaccional.
La última ronda de indultos, anunciada por Ed Martin del Departamento de Justicia, incluye a 77 personas que desempeñaron un papel importante en el esfuerzo por anular los resultados de las elecciones de 2020. Entre los indultados se encuentran los ex abogados de Trump Rudy Giuliani y Sidney Powell, así como el ex jefe de gabinete Mark Meadows y numerosos participantes en el controvertido programa de votantes falsos.
Este indulto tiene un propósito simbólico, dado que la mayoría de estas personas aún no han enfrentado cargos federales, aunque algunos enfrentan cargos a nivel estatal que no entran dentro de los poderes de clemencia de Trump. Esto plantea dudas sobre las motivaciones detrás de tales medidas, lo que indica un intento deliberado de Trump de crear una cultura de inmunidad para quienes actúan a su favor, especialmente en escenarios legalmente ambiguos.
En el contexto de su presidencia, Trump ha indultado a más de 1.650 personas, y más del 84% de estas personas están directamente relacionadas con casos en los que estuvo personalmente involucrado. En particular, muchos de estos indultos han sido otorgados a quienes participaron en acciones violentas destinadas a apoyar los objetivos de Trump.
El patrón de indultos también resalta un mensaje más profundo para los aliados potenciales: las acciones que benefician a Trump, incluso si son cuestionables o ilegales, pueden conducir a inmunidad de responsabilidad. Estas preocupaciones se ven agravadas por informes anteriores que muestran que Trump ha insinuado que recompensará la lealtad con gracia, especialmente durante las investigaciones que analizan su comportamiento. Estas investigaciones nombraron a asociados como Roger Stone, Paul Manafort y Michael Flynn, cuyos eventuales indultos parecían haber sido negociados en base a su cooperación –o falta de ella– con las investigaciones federales.
Por ejemplo, los comentarios de Manafort y las acciones posteriores durante la investigación sobre Rusia parecieron deliberadamente diseñadas para engañar, una estrategia que terminó con su perdón, añadiendo una capa de complejidad a las implicaciones éticas de tales decisiones. De manera similar, ha surgido evidencia que sugiere que el ex abogado personal Michael Cohen se sintió incentivado a permanecer leal a Trump debido a la perspectiva de un indulto.
Además, las acciones que rodearon a quienes participaron en la insurrección del 6 de enero indican una conciencia de las posibles consecuencias legales, ya que los individuos involucrados comenzaron a discutir las implicaciones de una «lista de indultos» poco después del evento, resaltando la sensación entre los aliados de Trump de que sus acciones eran legalmente inciertas.
A medida que estos patrones continúan desarrollándose, el preocupante aumento de la gracia transaccional plantea importantes cuestiones éticas sobre hasta dónde pueden llegar los individuos para obtener beneficios personales bajo el pretexto de la lealtad a una figura política, lo que podría remodelar los límites de la responsabilidad en el gobierno estadounidense.



