Bolivia fue el domingo en un momento electoral crucial, con posibles cambios históricos que podrían marcar el final de dos décadas del gobierno de la izquierda. La crisis económica con la que se enfrenta el país como el más grave en 40 años ha llevado a un giro considerable en las preferencias de los votantes. Alrededor de 7,9 millones de bolivianos fueron registrados para votar en una elección que, según las encuestas, dos beneficiarios de candidatos a la oposición: el empresario Samuel Doria Medina y el ex presidente Jorge «Tuto» Quiroga.
La atmósfera electoral era tensa cuando Roberto Ríos, Ministro de Gobierno, informó que un patrón de dinamita había explotado cerca de un centro de votación en Cochabamba, donde se esperaba que Andrónnico Rodríguez, candidato del partido gobernante, la alianza popular, votara. Aunque Ríos dijo que no había daño material, el hecho estaba preocupado. Más tarde, Rodríguez se enfrentó a agresiones cuando fue atacado por un grupo de personas que arrojaron piedras, lo que forzó su retirada rápida.
El presidente del Tribunal Electoral Supremo, Oscar Hassenufel, declaró que el incidente no tuvo influencia en el proceso de voz, aunque una persona resultó herida. Por su parte, Doria Medina fue optimista en el hecho de que «por voto podemos salir de esta crisis de una manera pacífica y democrática», que enfatiza la amplia gama de permisos de ciudadanía sobre la necesidad de cambio.
Quiroga, que también está buscando un cambio en la historia política del país, instó a los votantes a participar en la participación pacífica durante el día. La ceremonia inaugural del evento electoral fue un llamado a la unidad y el respeto por los resultados, y enfatizó que la democracia se honra al aceptar las decisiones del pueblo.
En las últimas dos décadas, Bolivia está bajo el control del movimiento del socialismo (MAS), pero la fractura actual dentro del partido ha posicionado a su candidato, Eduardo del Castillo, en un lugar desfavorecido antes de la creciente popularidad de los candidatos correctos. Ni Evo Morales, el ex líder estatal, ni el actual presidente Luis Arce participaron en estas elecciones.
Arce, después de su voto, expresó su dedicación para garantizar una transición democrática. Mientras tanto, diferentes ciudadanos expresaron su deseo de cambiar, lo que refleja una insatisfacción general con la política socialista. Las encuestas indican que ningún candidato probablemente alcanzará la mayoría necesaria para ganar en la primera ronda, lo que podría conducir a una votación prevista para el 19 de octubre.
La atención también estaba dirigida a la región de Chapare, donde Morales había insistido en cancelar el estado de ánimo y sus seguidores amenazaron con obstaculizar el proceso electoral. Morales, que evita una orden de arresto, logró votar sin aclarar su elección, de modo que su posición en el contexto electoral se suspendiera.
Con alrededor de 34,000 tablas organizadas para recibir votos y una gran movilización de más de 25,000 policías para mantener el orden, el día de las elecciones mejoró. Además, se esperaba que alrededor de 369,000 bolivianos votaran en el extranjero, con la observación de la Unión Europea y la organización de los estados de los Estados Unidos. El futuro político de Bolivia podría estar en juego en este día decisivo, caracterizado por la búsqueda de un cambio que muchas personas consideran con urgencia.