En Oak Hill, Virginia Occidental, la historia de Lisa Emery, una dedicada terapeuta respiratoria, se desarrolla en el contexto de una comunidad que lucha contra una crisis de salud cada vez más profunda entre los mineros del carbón. Emery, directora de la Clínica del Pulmón Negro de la Asociación de Salud de New River, siente pasión por los mineros a los que sirve y, a menudo, relata entre lágrimas sus batallas contra la enfermedad del pulmón negro, una afección que antes se asociaba solo con los trabajadores mayores pero que ahora afecta a los mineros más jóvenes en cantidades alarmantes.
Muchos de estos mineros, algunos de entre 30 y 40 años, que asistieron a su clínica padecían graves problemas respiratorios, un claro indicador de la creciente prevalencia de la enfermedad del pulmón negro. Los pacientes de Emery, que a menudo requieren tratamientos como trasplantes dobles de pulmón, enfrentan un futuro desafiante mientras luchan contra una enfermedad que empeora por los crecientes niveles de polvo de sílice cristalino respirable que encuentran en las minas. Esta nueva amenaza surge cuando los mineros se ven obligados a extraer carbón de capas más profundas, rocosas y cargadas de sílice, creando un polvo que es 20 veces más tóxico que el polvo de carbón tradicional.
En un esfuerzo por combatir esta crisis, la Administración de Salud y Seguridad Minera de EE. UU. implementó el año pasado una norma destinada a reducir a la mitad la exposición permitida al polvo de sílice para los mineros. Sin embargo, esta medida de protección está ahora a punto de verse socavada en un clima políticamente cargado. Con la administración Trump revocando varias regulaciones de salud y seguridad y la presión de algunos legisladores para revisar o derogar esta regla sobre la sílice, los mineros se sienten traicionados. Mineros jubilados con enfermedad del pulmón negro han reivindicado la responsabilidad ante figuras como el presidente Trump, quien prometió priorizar su seguridad durante su campaña.
Las tensiones aumentaron a medida que la administración Trump implementó políticas aparentemente destinadas a reactivar la industria del carbón, a veces aparentemente desdeñosas de las implicaciones para la salud de los trabajadores. Las iniciativas para permitir una mayor contaminación de las centrales eléctricas de carbón y simplificar los permisos de producción de minerales han eclipsado su necesidad de protección de la salud a los ojos de muchos mineros.
Las regulaciones actuales enfrentan obstáculos importantes a medida que los desafíos legales de los grupos industriales buscan bloquear la regla de la sílice, alegando que es económicamente inviable. Mientras tanto, los recortes presupuestarios y de empleo dentro del Instituto Nacional de Seguridad y Salud Ocupacional han reducido aún más el apoyo necesario para monitorear y proteger la salud de los mineros, lo que provocó protestas públicas y escrutinio bipartidista.
La sombría realidad se ilustra aún más con los datos de la clínica de Emery, que muestran que hasta el 55% de los 11.500 mineros encuestados en los Apalaches centrales han sido afectados por diversas formas de enfermedad del pulmón negro, con tasas en la región mucho más altas que las de otras partes de Estados Unidos. Las prácticas mineras modernas han desplazado a los mineros de condiciones de trabajo más seguras a entornos peligrosos, alimentando temores sobre el futuro de las generaciones futuras de mineros.
Mientras las comunidades se unen para apoyar a estos trabajadores, la lucha histórica de los mineros resuena con fuerza. Persisten los recuerdos de tragedias pasadas, como el colapso de mi vehículo número 9 en 1968. Este desastre, que resultó en la pérdida de 78 vidas, fue un momento crucial que galvanizó el movimiento por la seguridad de los mineros, lo que condujo a protecciones esenciales que ahora están en peligro.
Están surgiendo protestas a medida que los mineros y sus defensores se oponen a los inminentes retrocesos regulatorios y exigen que se dé prioridad a su salud y seguridad sobre los intereses de la industria. La difícil situación de los mineros, entrelazada con tradiciones e historias de lucha profundamente arraigadas, exige una reevaluación pública del equilibrio entre los incentivos económicos y el deber sagrado de proteger las vidas de los trabajadores.
A medida que las voces de los mineros se hacen más fuertes, también lo hacen los llamados a un compromiso renovado para defender sus derechos y proteger su salud para que la historia no se repita en las peligrosas minas de los Apalaches. El futuro es incierto, pero la determinación de los mineros y sus partidarios refleja una lucha continua por la justicia y el reconocimiento en un panorama donde sus sacrificios a menudo se pasan por alto.



