Las implicaciones legales de las acciones militares del presidente Trump contra presuntos narcotraficantes en América Latina están siendo vigiladas de cerca, ya que su período de 60 días para ataques militares, según lo dictado por la Resolución sobre Poderes de Guerra, ya ha expirado. La resolución exige el cese de las operaciones militares a menos que el Congreso autorice nuevas acciones. El Pentágono documentó su primer ataque el 2 de septiembre y el Congreso lo notificó formalmente dos días después. A día de hoy, la Casa Blanca sostiene que las restricciones de los poderes de guerra no se aplican a estas acciones militares.
Los informes indican que el ejército estadounidense llevó a cabo 15 ataques, matando a 65 y dejando sólo tres supervivientes. En particular, la administración no ha presentado ninguna prueba que respalde las afirmaciones hechas sobre los barcos atacados o sus ocupantes. En violación de la Resolución sobre Poderes de Guerra, los funcionarios de la Casa Blanca afirman que estas acciones no cuentan como “hostilidades”. Un funcionario anónimo aclaró que los ataques, llevados a cabo principalmente mediante drones desde aguas internacionales, se consideran seguros para el personal estadounidense.
Esta interpretación legal ha generado comparaciones con las acciones militares del presidente Obama en Libia en 2011, donde se presentó un argumento similar para eludir la aprobación del Congreso. El ex abogado del Departamento de Estado Brian Finacune advierte que si el Congreso acepta esta posición actual sin cuestionarla, podría sentar un precedente para futuras administraciones. Sostiene que tal teoría podría permitir al gobierno continuar las operaciones militares en el mar sin las restricciones de la Resolución sobre Poderes de Guerra, complicando los esfuerzos para frenar acciones militares no autorizadas.
Para complicar aún más las cosas, se informa que el ejército estadounidense se está preparando para posibles operaciones terrestres en México para combatir a los cárteles de la droga. Aunque el entrenamiento ha comenzado, aún no se ha tomado una decisión final sobre el despliegue de tropas. Las operaciones terrestres se centrarían principalmente en ataques con aviones no tripulados contra objetivos de los cárteles, lo que requeriría apoyo terrestre.
Están surgiendo más investigaciones, ya que el jefe del Pentágono, Pete Hegseth, ha prohibido a los oficiales militares discutir estos ataques a barcos y varios otros temas con los legisladores sin aprobación previa. Las reacciones del Congreso indican una creciente preocupación por estas nuevas reglas, que algunos legisladores ven como barreras a la transparencia y la rendición de cuentas militares.
En medio de estos acontecimientos, continúan las discusiones sobre la intensificación de las operaciones militares posiblemente dirigidas a Venezuela, impulsadas por los recientes desarrollos de infraestructura en bases militares en el Caribe. Mientras tanto, las recientes visitas de Hegseth a la zona desmilitarizada de Corea han coincidido con negociaciones sobre el futuro de los despliegues de tropas estadounidenses en Corea, lo que complica aún más el panorama más amplio de la participación militar estadounidense en el extranjero.
En el frente de la política interna, han surgido informes de incidentes que involucran perfiles raciales por parte de las fuerzas del orden, particularmente involucrando al grupo de trabajo policial de Trump, lo que subraya las tensiones y preocupaciones comunitarias actuales.
A medida que se desarrolla la situación, analistas y funcionarios de diversos sectores están lidiando con las implicaciones de estas estrategias militares e interpretaciones legales, instando al Congreso a desafiar efectivamente cualquier extralimitación del ejecutivo en materia de seguridad nacional y participación militar.



