El presidente Donald Trump enfatizó la importancia de los “Acuerdos de Abraham” durante su reciente viaje a Medio Oriente, con el objetivo de fortalecer los acuerdos firmados en 2020 que ampliaron las relaciones diplomáticas entre Israel y varios países árabes, incluidos los Emiratos Árabes Unidos, Bahréin, Sudán y Marruecos. El término “Acuerdos de Abraham” tiene profundas connotaciones religiosas y culturales, e invoca al patriarca bíblico Abraham, una figura venerada en el cristianismo, el islam y el judaísmo. Su legado como antepasado común de los seguidores de estas religiones lo posiciona como un potencial constructor de puentes, aunque también puede causar tensiones a medida que diferentes grupos lo reclaman como suyo.
Bruce Feiler, un autor especializado en las intersecciones de religiones, comentó los conflictos históricos que surgen de estas afirmaciones y enfatizó que «Abraham pertenece a todos». Señaló que la lucha por la propiedad de la historia de Abraham ha persistido durante miles de años, enfatizando la necesidad de una herencia compartida y una coexistencia mutua.
Los Acuerdos de Abraham representan un importante logro diplomático, posible gracias a la influencia estadounidense, y podrían allanar el camino para debates más amplios que involucren a otros países de mayoría musulmana sobre un acuerdo permanente en Gaza. Este marco, arraigado en una compleja historia bíblica, presenta por primera vez a Abraham en el Libro del Génesis como un hombre sin hijos que prometía ser el padre de una gran nación. El relato describe acontecimientos importantes en la vida de Abraham, incluido el nacimiento de sus hijos Ismael e Isaac, y su papel posterior en el linaje del judaísmo, el cristianismo y el islam.
Históricamente, cada una de las tres religiones monoteístas ha reclamado a Abraham como patriarca mientras lidiaba con un legado de cooperación y lucha. A pesar de la reverencia por Abraham que une a las tres religiones, esta historia compartida está plagada de conflictos, como lo demuestran siglos de guerras religiosas y tensiones continuas.
Los recientes comentarios de Trump a la Knesset de Israel resuenan con esta historia, cuando expresó su gratitud al “Dios de Abraham, Isaac y Jacob”, alineando su mensaje con las narrativas judías tradicionales, incluso cuando elogió a los líderes árabes y musulmanes que apoyaron los acuerdos. Se trata de un alejamiento notable de la retórica del pasado; Trump llamó la atención en 2015 por defender una prohibición de la inmigración musulmana. Las recientes políticas de su administración hacia la defensa de los palestinos subrayan aún más la complejidad de su actual alcance diplomático.
Feiler sugiere que la historia de Abraham refleja temas humanos duraderos –de inclusión y exclusión– y el desafío de compartir espacio e historia con narrativas en competencia. A medida que evolucionan los diálogos sobre las relaciones interreligiosas, el término “religiones abrahámicas” sirve como un marco de participación más inclusivo en comparación con el paradigma tradicional “judeocristiano”.
En los Emiratos Árabes Unidos, iniciativas como la Casa de la Familia Abrahámica –un espacio compartido para una iglesia, una mezquita y una sinagoga– simbolizan los esfuerzos en curso para promover el diálogo en medio de las crecientes tensiones globales en torno a las identidades religiosas. A medida que aumentan los sentimientos antisemitismo y antimusulmanes en diversos contextos, la idea de Abraham como figura unificadora puede proporcionar una base para la curación y la comprensión, aunque plagada de desafíos históricos que continúan dando forma a las relaciones modernas.