En un marcado cambio en la retórica y la política, el presidente Donald Trump parece estar posicionando el marco legal y militar estadounidense como herramientas contra supuestos oponentes políticos. Comunicaciones recientes sugieren un giro deliberado para establecer un estado policial, junto con una postura agresiva en los asuntos internos, lo que indica una intención de militarizar las operaciones policiales contra ciudadanos estadounidenses.
En una “acción presidencial” titulada “Terrorismo nacional y violencia política organizada” o NSPM-7, emitida el 25 de septiembre, Trump hace afirmaciones radicales sobre un aumento de la violencia política, citando incidentes específicos, al tiempo que omite acciones importantes de la derecha, incluida la insurrección del Capitolio del 6 de enero. El memorando enmarca un aumento percibido en la disidencia como una amenaza a la democracia, lo que luego invita a un enfoque más intervencionista en la aplicación de la ley para desbaratar los movimientos considerados “antiamericanos”, apuntando a comportamientos e ideologías que desafían las normas tradicionales.
El lenguaje de NSPM-7 es particularmente revelador porque categoriza todos los intentos de influir en la política como actos potenciales de terrorismo interno. Este marco plantea interrogantes alarmantes sobre los límites del discurso político y el activismo, ya que implícitamente criminaliza los derechos fundamentales relacionados con la libertad de expresión. Además, describe directrices para establecer «grupos de trabajo terroristas conjuntos nacionales» diseñados para investigar y neutralizar a grupos como extremistas.
Cinco días después de emitir el memorando, el discurso de Trump ante líderes militares en una base naval amplió estos temas, destacando un enfoque emergente en los enemigos internos. Combinado con llamados a tratar a las ciudades estadounidenses como «campos de entrenamiento» para el personal militar, Trump señaló un respaldo a tácticas agresivas y una falta de tolerancia hacia la disidencia. Dio instrucciones a los oficiales militares para que emplearan la fuerza contra los civiles en caso de que surgiera un enfrentamiento, solidificando aún más la narrativa de una amenaza interna que debe ser reprimida de manera decisiva.
El secretario de Defensa, Pete Hegseth, se hizo eco de esta retórica y prometió eliminar las protecciones legales para el personal militar acusado de mala conducta y defendió una cultura de estricta disciplina dentro de las fuerzas armadas. Este telón de fondo ilustra una escalofriante tendencia a difuminar los protocolos militares y la aplicación de la ley civil, fomentando un entorno en el que la normalización de la violencia contra manifestantes y disidentes se vuelve aceptable.
La historia dentro del ejército es compleja, con divisiones entre los oficiales con respecto a la interpretación de su papel en los procesos políticos. La evidencia histórica indica que el extremismo de derecha ha encontrado un punto de apoyo en las filas, complicando la postura tradicional de los militares sobre la neutralidad política. Si bien algunos comandantes están ansiosos por adoptar un enfoque más combativo contra la disidencia política, las posibles implicaciones para la democracia estadounidense se están volviendo inquietantemente claras.
Además, la administración de Trump ha atraído operaciones militares controvertidas contra presuntos traficantes de drogas en el Caribe, desplegando fuerza letal de una manera que plantea cuestiones críticas sobre la legalidad y la proporcionalidad. Si bien tales acciones se enmarcan dentro de una narrativa humanitaria sobre la lucha contra el narcotráfico, las respuestas militares marcan una escalada sin precedentes, en ausencia de una declaración formal de guerra contra los cárteles de la droga.
En resumen, la mezcla de sentimiento militarista con oposición política activa plantea riesgos significativos para las garantías constitucionales en Estados Unidos. El aparente cambio de política refleja una actitud que podría tener graves consecuencias para las libertades civiles y los principios de larga data de la gobernanza democrática. Mientras la nación lidia con estos acontecimientos, el equilibrio dentro del ejército y la policía sigue peligrosamente inclinado y el potencial de consecuencias históricas se vuelve cada vez más inminente.